Se reunieron en la casa de ella para enfrentar la situación, y no pudieron resistir el deseo de hacer el amor.
Al rato llegó el marido, pero los amantes, absorbidos por la creciente pasión, no lo escucharon. Sin embargo, el ruido de los vidrios rotos sí fue demasiado fuerte como para llamarles la atención.
El hombre, enloquecido de pena ante el espectáculo de su mujer con el amante, embistió el ventanal, destrozando el vidrio con la cabeza, pero sin alcanzar a pasar los hombros. Ríos de sangre incontenible fluyeron de las arterias destrozadas del cuello.
Tiempo después, los amantes concretaron su sueño de vivir juntos y felices para siempre.
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